domingo, 21 de diciembre de 2014

Negra esperanza.

Sentada en el rincón más oscuro de tu habitación, a tu lado, un cenicero y un vaso con restos de lo que fue un refresco hace una horas y dos hielos derretidos. La espalda apoyada contra la pared y las piernas cruzadas mientras diriges la mirada hacia los rescoldos de tu último cigarrillo. El maquillaje difuminado por el rastro de un par de lágrimas fugaces deja adivinar que no es uno de tus mejores días.
Coma.
Eso es lo que te pasa.
Coma.
No es que tengas problemas con los signos de puntuación sino con la ortografía de la vida. Ya has pasado antes por esto. Sabes las fases. Primero un porrón de pruebas que muestran un claro diagnóstico. Luego quimio o radio o lo que se les ocurra a los médicos. Otra retahíla de pruebas al ver el notorio desgaste físico es la siguiente fase. Después viene la desesperación, la metástasis y el "hasta que aguante". Esa es la peor parte, la espera. La incertidumbre y el miedo cada vez que suena el teléfono. ¿Será del hospital? ¿Habrá pasado ya a la siguiente fase? Y empieza a mejorar,  casi mágicamente. Esa es la peor señal, la has bautizado como "la sonrisa de la muerte". Luego viene la parte en la que te encuentras ahora. Te llaman y antes de cogerlo ya sabes qué dirán. Coma. Lo que queda no hace falta decirlo, se puede adivinar.
Rememoras momentos con esa persona mientras otro par de lágrimas se abren paso y avanzan por tu mejilla hasta morir en la comisura de tus labios. En ese momento escuchas en timbre y sabes que empieza una nueva etapa en la carrera. Tu madre entra despacio en la habitación, mira el vaso y el cenicero pero no dice nada al respecto. Se agacha a tu lado y con la voz ahogada en ese inconfundible deseo de contenerse que conoces tan bien, susurra: "Ya ha pasado todo. Tenemos que ir con  los demás."
Agarro el bolso negro mientras me levanto, me aliso la camisa oscura y salgo de la habitación. Ella dice que ya ha pasado, pero es mentira. Queda la peor parte. Quedan los "siempre se van las mejores personas", los "era genial, aún no me lo creo" y los "si necesitas cualquier cosa, llámame". Queda el ahogante e infinito negro, las flores, las lágrimas de los desconocidos. Ese es el momento que más náuseas me da. La hipocresía con la que actúan las personas, las miradas de lastima y los comentarios de compasión a la espalda.
No es la primer vez que lo tienes que aguantar y, por desgracia, no será la última. Sólo te queda la esperanza, que es lo único que no está permitido perder nunca.