viernes, 1 de abril de 2016

Un parón para la suerte.


—Otra vez tarde, sí. Lo sé, Ara. —La chica que tenía al lado hablaba demasiado alto, por lo que podía escuchar a la perfección su conversación. —No me agobies, Ara, ya sé que llegar con retraso no es una buena carta de presentación. —Parecía nerviosa.

La miraba de soslayo intentando contener una sonrisa de diversión. La verdad es que quedaba bastante claro que no estaba siendo su día.
—¡Ay! Mira, Ara, voy a colgarte. En serio, deja de ponerme más nerviosa de los que estoy. —Hizo una pausa para escuchar la contestación—. Ya sé que me van a mandar a freír espárragos, no hace falta que me lo recuerdes. Oye, te dejo que subo al ascensor.
Acto seguido colgó y volvió la mirada en mi dirección, ofreciéndome una sonrisa nerviosa, que parecía ser de disculpa. Subimos al ascensor y ambos fuimos a pulsar el botón de la planta a la que nos diríamos. Sorprendentemente, nuestros pulgares se encontraron en el mismo número. Ella también iba a la trece. Me preguntaba para qué querría una chica con su aspecto subir hasta mi departamento. Las de su tipo solían quedarse en la planta de David, presentando, o intentando presentar, sus manuscritos.
—¡Uy! Si tú también vas a recursos humanos—dijo con amargura dirigiéndose a mí—, a la planta de la mala suerte. ¿Trabajas allí?
—Algo así —respondí, tratando nuevamente de contener una sonrisa—. ¿Y tú? —Tenía curiosidad por saber qué se le había perdido en aquella planta.
El ascensor se paró por segunda vez, para que las dos secretarias, a las que conocía de vista, salieran.
—No. ¡Qué va! Ojalá fuera así. Voy a una entrevista de trabajo a la cual ya llego peligrosamente tarde.
Interesante, así que esta es la joven estudiante a la que tenía que entrevistar. Hacía escasamente un par de horas que mi secretaria me había llamado requiriendo mi presencia en la oficina, diciendo que, por un error administrativo, debía hacer una prueba a una becaria cinco horas antes de lo previsto. Me imaginé que a la joven que tenía al lado el cambio de hora la había pillado tan a traición como a mí. En ese momento entendí el porqué de su nerviosismo y encajé su vestuario con la edad que debía tener y el diccionario que asomaba en su bolso.
—Bueno, pues relájate, no creo que sea para tanto. —Intenté tranquilizarla.
—¿Cómo no va a ser para tanto? —prácticamente gritó— Debería estar allí a las doce y son las doce y un minuto. Sumando el tiempo que tendré que estar en este estúpido ascensor, que parece que para en todas las plantas para fastidiar, y lo que tardaré en presentarme y llegar al despacho que me digan, sí que es para tanto.
¡Vaya! Había explotado. Lo había dicho sin respirar. «Me gustan las chicas tan auto-exigentes. Mini punto para ti, morena.» Después de eso, decidí, por el bien de las dos, que era mejor no volver a hablar. Las plantas se iban sucediendo una tras otra e iban entrando y saliendo distintos empleados de la editorial a los que conocía de vista. Cuando estábamos entre la planta doce y la trece, el ascensor decidió darle un punto más de diversión a la situación, dando un par de bruscos empujones para acabar parándose al final.
—¿Qué? ¡No! No, no, no. —La futura becaria estaba entrando en pánico—.  ¡Vamos! Funciona, por favor —rogaba a la maquinaria mientras pulsaba botones al azar como una posesa.
Yo no pude aguantar más y comencé a reír como una loca de la figura desquiciada que tenía delante. Me debatía entre hacérselo pasar mal o ser buena chica. Me decidí por un punto intermedio.
—¿Cómo has dicho que te llamabas?
—¿Qué? Ana. Espera, ¿y a ti que más te da? —me recriminaba mientras pulsaba varias veces la campanilla de ayuda.
Yo seguí:
—Bien, Ana, mi nombre es Cristina Rodríguez Matesanz y soy la encargada de admisiones de recursos humanos de esta editorial —dije con el tono empresarial que tenía tan trabajado ya, tras analizar su expresión desencajada—. En vista de las circunstancias, podemos comenzar la entrevista aquí, si te parece.
Ana se quedó mirándome, ojiplática, y su cara pasó, en su segundo, de rojo a blanco.
—¿Qué eres quién? Emmm… sí, empezamos cuando quieras —Y antes de dejarme hablar, añadió—. ¡Ah! Que lo de antes, los gritos y todo eso, no iba en serio, ¡eh! No soy así.
Esto iba a ser divertido…

NOTA: este relato ha sido mi aportación al taller de escritura que tiene a bien proponer y administrar la web www.literautas.com donde, cada mes, nos proponen la escritura de un relato a partir de una idea básica o genérica y añadiendo, en la mayoría de los casos un reto opcional. 
Podéis leer lo relatos participantes de este mes haciendo clic aquí


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