Y cuando por fin has
llegado a Ítaca, te das cuenta de que todo lo pasado ha sido solo el principio
de la aventura. Adviertes que las sirenas de falsos cantos y los monstruos te
estaban preparando. Que el loto que te hizo olvidar tenía fecha de caducidad y
que, hasta la más brava de las olas que te mandó Poseidón no te hundían. Te
hacían fuerte. Impermeable.
Y llegas a eso que llaman
vida como la buena novata vital que eres y aprendes. Y aprehendes. Y te das
cuenta de que no es que no encajases en el mundo, es que estabas en el puzle
equivocado. Como si tu rinconcito de este balón chato te estuviese esperando
con una manta y un abrazo de árbol para hacerte saber que lo has conseguido;
que has llegado a Ítaca. Como si tuviera que tener una velita preparada para
que cuando llegues te ilumine el camino hacia todas esas aventuras que están
por descubrir.
Y a Ítaca llegan otros barcos. Otros náufragos vitales que,
empapados, te saludan y reciben con una sonrisa. Esas otras piezas de tu puzle
que tampoco encajaban. Las hay amarillas, verdes, rojas y azules; grandes y
pequeñas; redondas, cuadradas, trianguares,… Entonces Zeus hace que la chispa
aparezca y que todas esas piezas que no encajaban, que tenían frío y que se
ahogaban en el mar de piezas corrientes, se unan. Y encajan. Encajan mucho. Muy
bien. Y no se pueden separar, porque han llegado a Ítaca.
Angy Miró M.
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