Llueve. Demasiado. Tú corres tras aquel coche. No le alcanzas. Ahora te vendría bien haber atendido en clase de gimnasia cuando explicaron las técnicas de respiración. Te ahogas. Necesitas parar, pero sigues. No lo vas a conseguir. El automóvil se aleja, veloz, calle abajo. En su interior, el amor de tu vida. Dispuesto a todo por retenerlo, te abalanzas sobre el primer taxi que encuentras. Entras y dices lo que siempre habías esperado decir: “¡Siga a ese coche!”
El taxista conduce rápido, tal vez contagiado por tu prisa. En pocos minutos ves el coche negro a apenas quince metros. Quieres gritarle que pare, que no te abandone, que permanezca a tu lado. En ese momento, con los ojos inundados, se agolpan en tu cabeza cientos, miles de imágenes, de momentos. Recuerdas cuando le conociste...
<<Eras un chiquillo confundido que a sus quince años, dudaba de su sexualidad. Te preocupaba. Eras el único. Eras...¿diferente? No sabias como encajarlo, o si deberías ocultarlo.
Ese día, aquel espléndido día de junio en el que os daban las vacaciones, fue el que escogiste para decirlo: “Soy gay. Me gustan los chicos.” Tus amigos no se sorprendieron, es más, puede que ya lo supiesen.
Ese mismo día, por la tarde, te presentaron a un chico. Era un chico de los que llaman la atención. Alto, musculoso, de tez bronceada, moreno y con un atuendo deportivo. En cuanto le viste, sin saber por qué, te acordaste de Zorrilla y su conocido personaje, Don Juan. Damián. Hasta su nombre era llamativo, poco usual, especial. Todo él era único. Si existe el amor a primera vista, tú lo sufriste. Ahora que estás padeciendo sus efectos puedes decir que es el peor de los males. No obstante, en esos momentos no eras consciente de ello... Él. Era lo único que ocupaba tu mente.
Parecía que tú también le atraías. Os disteis los números de teléfono y empezasteis a quedar. Todo era mágico. Piensas que él te enseño a sentir. Al mes de conoceros estabais saliendo y a los cuatro meses intimasteis...>>
Ahora sí, las lágrimas se deslizan vencen todos tus escudos y se deslizan violentamente por tu rostro. No lo entiendes...¿Cómo te puede hacer esto? Todo era... perfecto.
De pronto, el coche negro se detiene. Tú lanzas algo de dinero sobre el asiento del copiloto. Esperas que sea suficiente. Sales del coche precipitadamente y le ves. Perfecto como siempre. Empapado como nunca. Ya no sientes el frío no la humedad y solo deseas que se pare, te sonría y diga: “Era una broma.”
Está entrando en una casa. Tú le ves, le voceas:
-¡Espera!¡No te vallas! Podemos... empezar de cero,podemos intentarlo otra vez.
Se queda inmóvil, tanto que parece haber quedado petrificado.
-¿Intentarlo? ¿Para qué? ¿Para que me vuelvas a mentir? No.-está furioso, dolido y algo angustiado.
-Lo... lo siento... ¡Pero no te mentí!
-No, claro que no... Solo me ocultaste tu enfermedad. ¡A mí! A la persona que, según decías, era tu razón para vivir.-te recrimina.
-¿Y qué querías que te dijese?¿Que en unos meses me quedaré calvo?¿Que esta mierda puede matarme?-rompes a llorar.
Se quedan mudos los dos. Ninguno sabe que decir y simplemente os miráis. Hay destellos de reproche en su mirada, esa mirada de miel, profunda y sincera. Tú quieres salvar los pocos metros que os separan y abrazarle, y decirle cuanto le necesitas, y que él haga lo mismo.
-Lo siento, pero me tengo que ir. Voy a perder el autobús.-te dice, intentando ahora, esquivar tu mirada.
No contestas. Otra vez notas como tus lágrimas descienden, tranquilas, por tus mejillas.. sigue lloviendo. Hace frío. Un frío típico de noviembre.
Tú ya no sientes nada. Ni el frío ni la humedad. Solo notas un desgarrado dolor que te atraviesa el pecho y se aloja en lo más profundo de tu corazón.
Él ya se ha ido. Tú estás quieto, como anclado al suelo. No reaccionas. No lo asumes. Se ha ido. Todas esas promesas soñadoras, todos esos besos prohibidos, todas esas miradas verdaderas... Todos esos momentos a su lado se han roto. Se han esfumado. Nunca volverán. Y ha sido por culpa de esa estúpida enfermedad: el cáncer.
Notas como tu corazón se rompe en mil pedazos y solo puedes pensar en aquel verso de la obra de Zorrilla:
“Yo mi alma he dado por ti.”
Bip, bip. Abres los ojos. ¡Vaya...! ¡Ha sido solo un sueño! Notas el rastro de unas lágrimas pasajeras, derramadas por la angustia. Miras el móvil. Es un mensaje de Damián. Te pregunta que tal la prueba. No le contestas. Necesitas pensar. ¿Y si ese sueño te avisaba de algo? Te acuerdas de una conversación que tuviste con él días antes de someterte a la prueba.
<<-¿Y qué piensas hacer si da positivo?-te preguntó, con el ceño fruncido por la preocupación. Ese ceño se había convertido en un rasgo habitual en su rostro.
-No lo sé.-le contestaste sincero, claro y sereno. Tenías miedo, pero no querías admitirlo. No querías que se preocuparse por ti.- Si da positivo, que no creo, seguiré con mi vida como lo he hecho hasta ahora.
Él te abrazó, era uno de esos abrazos protectores suyos. Es de esos que te hacen sentir bien, que te hacen pensar que nada te va a dañar. Tu le abrazaste también. Te hundiste en su pecho y respiraste su olor. Ese día había usado la colonia que le regalaste. Levantaste la mirada y lo viste. Esos ojos que te bloquean siempre que lo miran y ellos te miran así, de esa forma tan protectora y enamorada. Os mirasteis. Os acercasteis poco a poco, casi a cámara lenta. Juntasteis vuestros labios y os fundisteis en un beso dulce, juguetón y hermoso. >>
Coges el móvil y, tras un rápido tecleo, envías el mensaje. Le has mandado un escueto: “Tenemos que hablar.” Al momento te vuelve a sonar el teléfono. Es él otra vez. “Vale... ¿Es grave? A la hora de siempre donde siempre.
No tienes ni idea de lo que le vas a decir. El día de la prueba te dijeron que no era normal la reacción que habías tenido pero... esperas que sea por otra cosa, cualquier otra enfermedad antes que esa. Miras el reloj y decides ir preparándote.
Te encuentras en el sitio de siempre a la hora de siempre. Vuestro sitio.
Vuestra hora. Te estas distrayendo mirando el sencillo mecer de las hojas de los árboles cuando le ves acercarse. Te da un beso fugaz y se sienta a tu lado.
Tu respiras hondo, te armas de fuerza y valor y le cuentas le que te dijeron hace ya dos meses en en hospital, cuando te estuviste haciendo la prueba.
Él te escucha, sin decir nada. De vez en cuando asiente o sonríe y al final, cuando le miras, ves que estás intentando aguantar las lágrimas. Le abrazas y le dices:
-Saldremos juntos de ésto. ¿O te piensas que un simple cáncer va a poder conmigo?
Damián sonríe y te besa en la mejilla.
-Juntos para siempre.-dice enjugando su llanto.
-Juntos para siempre.-repites tú, como si se lo estuvieses prometiendo.
Sonríes mientras piensas que lo que has soñado jamás se cumplirá...¿O sí?
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Nota de la autora: este es un relato escrito hace ahora dos años (es decir, en marzo de 2013) para un certamen literario celebrado con motivo del día del libro en el que fue premiado. Espero que os haya gustado.
Abril N. Bernice.
(Sí, ya tengo nuevo pseudónimo)