viernes, 4 de marzo de 2016

Sin título ni vida ~

Ese no había sido su día. Bueno, tampoco había sido su semana; de hecho, se podría decir que la vida no había sido hecha para que ella la viviera.
Con tan sólo 18 años y un metro sesenta, había vivido más experiencias que algunas personas de 40; en su mayoría y por desgracia, desagradables. Su pelo, entre castaño y moreno,  de una textura indescriptiblemente rara,  y sus ojos saltones, extrañamente separados, no la hacían apta para cumplir con los estereotipos que la sociedad había impuesto. Y sí, ella sólo se fijaba en eso, en el aspecto exterior, en el físico. No podía fijarse en lo demás. Si lo hubiera hecho, habría visto lo que aquellos que la querían veían. Habría visto que también era creativa, constante, positiva con los demás, la primera en animarlos. Habría visto que era de esas personas que le ponen buena cara al mal tiempo, que no es cosa fácil; pero ella no era capaz de ver eso en aquel momento. No era capaz. Sólo era capaz de ver todos esos coches pasado a gran velocidad por la autopista, bajo el puente, bajo sus pies. Sólo era capaz de ver las puntas de sus pies cada vez más peligrosa y felizmente cerca del borde de aquel muro de hormigón decorado con graffittis. 
Y, un segundo después, ya no volvió a ver nada. 

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