Mamá, me he enamorado.
De la vida,
de la lluvia…
y de una mujer.
Sí de una mujer.
No una chica ni una chavala.
Una MUJER.
Que sabe lo que quiere.
Que lucha, que sueña,
que ríe y llora.
Que siente.
Mamá, me gustaría que la conocieras.
Que la escucharas y la leyeras.
Que se te pusiera la carne de gallina
como me pasa a mí
cada vez que la leo.
Me gusta.
¡Joder que si me gusta!
Más que un buen café un lunes
y una cerveza un jueves.
Siente.
Como nadie.
Como nunca.
Siente tanto que te hace sentir pequeña,
ridícula.
Ridículo, ¿no?
Pues no.
Ridícula su voz,
que, sin ser mano, acaricia
y sin ser piedra, golpea.
En el fondo.
En lo más hondo.
Dentro.
Y, joder, que es como la lluvia
que choca contra el cristal en una tarde tormentosa.
Necesitas sentirla, pero te da miedo mojarte.
Temes el resfriado.
La resaca de después.
Y como la lluvia,
inspira.
Te aborda y ahoga.
Te mata.
Me mata.
Dijo una vez que quería
que alguien la hiciese hogar.
Lo que no sabe es
que ella sola alberga,
sin necesidad de tener a nadie a su lado,
todo lo que te puedas imaginar.
Bueno y malo.
Porque como MUJER con mayúsculas que es,
tiene una horda de demonios a sus espaldas.
Sí, a sus espaldas.
Porque los superó.
Porque los pudo.
Porque lo vale.
Mucho.
Mamá, me gusta.
He cometido el tremendo error
de fijarme en la poesía de sus ojos
y en la mirada de su alma y,
joder, se ha metido en mi cabeza
y juega al ajedrez con la cordura.
De momento va ganando.
Yo le presto mi ayuda.
Mamá, me gusta
una mujer
con mayúsculas.
sábado, 17 de septiembre de 2016
miércoles, 14 de septiembre de 2016
Sobre la libertad de expresión.
—Yo cre…
—¡Calla!
—Ya, pero pien…
—¡No hables!
—Pero es que…
—Shh
—Es que cre…
—¡Silenc…
—¡No! ¡Voy a hablar! Formo parte de una especie que ha
conseguido inventar un código lingüístico. Tengo el derecho y la obligación
moral de expresar mi opinión y tú me vas a dejar.
«Estoy cansada de esta sucesión de atropellos desmedida.
Llevamos demasiado tiempo sufriendo y aguantando el peso del silencio. A diario
vemos cómo personas, como es el caso del famoso Alfon, son castigadas por
pensar, por tener opiniones críticas y, sobre todo: POR EXPRESARLAS.
Yo no digo que se deba imponer la más puta anarquía de las
palabras, ni mucho menos. Lo que defiendo es tan simple como natural. Quiero,
queremos, que todos los seres humanos podamos expresarnos sin miedo a las
consecuencias. Que tu vecina y tú podáis tener una conversación argumentada
sobre política, por ejemplo, y que, a pesar de tener opiniones dispares, no se
castigue a nadie.
Defendemos el derecho a hablar.
No a hablar basándose en el bocachanclista lema del “todo
vale”. Para nada. Hablar es mucho más que emitir sonidos. Es difundir las
ideas. Es demostrar respeto hacia los demás y hacia una misma. Es socializar
con el entorno. Es pasión por la libertad y, lo más importante: es mi derecho.
Y el tuyo también.
¡Jolín! Es que es verdad. ¿Cuántas veces hemos oído la frase “tú no hables, que
eres muy joven para opinar”? ahí, están arrebatándoos vuestro derecho y podéis
e incluso debéis protestar.
No en vano, debéis saber que, al igual que en nuestro
sistema de protección, el derecho a la libre expresión también necesita un
paracaídas que lo proteja y un abrigo que lo resguarde. Esa infraestructura
sois vosotras y vosotros. Somos TODOS. Porque en este mundo loco nadie te va a
dar nada. Tienes que defenderlo tú, porque es algo intrínseco al ser humano. Es
tu segunda piel. No puedes permitir que te quiten tu identidad, tu opinión, tus
pensamientos.
¿Cuántas personas han perdido su derecho a la vida por
ejercer su derecho a la libre expresión? Apuesto a que a todo el mundo se le
viene a la cabeza, al menos, un ejemplo.
En fin…todo esto, este ejercicio de mi derecho que acabo de
hacer, solo son palabras. Pero, y esto es muy importante, recordad que la
palabras pueden explotar, pueden salvar, pueden curar y pueden cambiar. Así
que, desde aquí, os lo pido por favor: poded.
HABLAD.»
Angy Miró M.
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