Mamá, me he enamorado.
De la vida,
de la lluvia…
y de una mujer.
Sí de una mujer.
No una chica ni una chavala.
Una MUJER.
Que sabe lo que quiere.
Que lucha, que sueña,
que ríe y llora.
Que siente.
Mamá, me gustaría que la conocieras.
Que la escucharas y la leyeras.
Que se te pusiera la carne de gallina
como me pasa a mí
cada vez que la leo.
Me gusta.
¡Joder que si me gusta!
Más que un buen café un lunes
y una cerveza un jueves.
Siente.
Como nadie.
Como nunca.
Siente tanto que te hace sentir pequeña,
ridícula.
Ridículo, ¿no?
Pues no.
Ridícula su voz,
que, sin ser mano, acaricia
y sin ser piedra, golpea.
En el fondo.
En lo más hondo.
Dentro.
Y, joder, que es como la lluvia
que choca contra el cristal en una tarde tormentosa.
Necesitas sentirla, pero te da miedo mojarte.
Temes el resfriado.
La resaca de después.
Y como la lluvia,
inspira.
Te aborda y ahoga.
Te mata.
Me mata.
Dijo una vez que quería
que alguien la hiciese hogar.
Lo que no sabe es
que ella sola alberga,
sin necesidad de tener a nadie a su lado,
todo lo que te puedas imaginar.
Bueno y malo.
Porque como MUJER con mayúsculas que es,
tiene una horda de demonios a sus espaldas.
Sí, a sus espaldas.
Porque los superó.
Porque los pudo.
Porque lo vale.
Mucho.
Mamá, me gusta.
He cometido el tremendo error
de fijarme en la poesía de sus ojos
y en la mirada de su alma y,
joder, se ha metido en mi cabeza
y juega al ajedrez con la cordura.
De momento va ganando.
Yo le presto mi ayuda.
Mamá, me gusta
una mujer
con mayúsculas.
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