Aún lo recuerdo. Aún recuerdo
la primera mirada que cruzamos. Recuerdo que era de noche y la fiesta estaba en
su punto más álgido. Yo volvía de rellenar el vaso y él… supongo que iría a lo
mismo. Solo una mirada. Una mirada bastó para que él quedara clavado en mi
memoria para lo que parece que será mucho, mucho tiempo.
Siempre me han enamorado
las miradas profundas y los ojos claros pero esta… esta iba más allá. Nuestra
vista apenas se cruzó unos segundos, pero en ese breve instante pude ver mucho
más allá de ese par de ojos negros. Pude ver una fiera atada, enjaulada
esperando a ser librada. Alguien que se opone absolutamente a todo. Alguien salvaje.
Sus largos cabellos negros enmarcaban esa mirada que, como un torrente, te
invadía. Las cejas, con el ceño fruncido, daban aún más carácter a esa mirada.
El rictus serio y la piel
de un tono bastante más claro que el mío iban acorde con la vestimenta. Una gabardina
negra encima de una camiseta del mismo color y unos vaqueros muy oscuros.
Salvaje.
Su apariencia al más puro
estilo gótico contrastaba con la de su amigo. Él era un punky de los de manual.
La cabeza rapada entera a excepción de una franja central, que llevaba peinada
en forma de cresta de color verde. Una camiseta sin mangas y deshilachada con
el dibujo de un grupo de ska complementaba sus pantalones ceñidos negros. Ambos
estaban bien torneados, aunque el propietario de la mirada que me cautivó no
mostrara los brazos. Lo sabía. Lo intuía. Una mirada así te dice mucho más. No.
No pegaban para nada. Supongo que por eso serían amigos y por eso atraían
tantas miradas.
Deseé tener una cámara,
para poder inmortalizar la fiereza de esa mirada que se colaba a través de sus
pestañas y que te arrollaba casi hasta la locura. Pero no tenía ninguna, así que
me aseguré de recordar cada detalle. Cada destello de luz entre tanta
oscuridad. Cada escalofrío que producía ese par de ojos. Y, en cuanto tuve la ocasión,
lo retraté como mejor sé hacer: con palabras.
Y es que no os imagináis
lo magnético que resultaba. Nunca me habían llamado mucho la atención los ojos
negros, creo que no les prestaba demasiada atención a no ser que su mirada me
llamara, pero estos… Estos superaban a cualquier iris azul o verde que hubiera
visto hasta entonces. Era casi una mirada sobrehumana, de las que ven tu alma y
la violan, entregándosela al mismísimo rey de los infiernos. Una mirada propia
de un dios clásico puesta en el cuerpo de un joven gótico con aires torturados
y con el magnetismo suficiente como para que la mirada no fuera lo único que se
clavaba en tu memoria.
Pero, y esto es lo más
llamativo, es en lo que he querido centrar esta fotografía verbal. En lo
magnético. En lo atractivo. En lo profundo. En el recuerdo de ese par de
puertas oscuras. En las ventanas de su alma salvaje.
Angy Miró M.
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