martes, 7 de marzo de 2017

Cartas a Pablo I.

«Eres un mentiroso. Una asquerosa y sucia rata de cloaca que no sabe apreciar cada presa que he derribado. Te odio. Te odio por cada mentira y cada traición. Por cada mala mirada que se lleva un pedazo de mi ser.

¿Cómo puede ser que un te quiero tenga tan poco valor? ¿Cómo puede ser que hayamos llegado a prostituir la máxima expresión de los sentimientos con tanta facilidad? ¿Cuánto vale? Nada. Un masaje y un par de polvos. Y ya esta. ¿Y ya está? ¡No! ¡Me niego! No me da la gana de aceptar que en esta sociedad de wifi e inalámbricos la conexión entre dos almas se reduzca a eso. ¿Es que no hay nada más? ¿Solo sexo? ¡No me da la gana!

Mentiste. Mentiste como más odio. Con el corazón. Mentiste de verdad y mereces lo peor por ello. ¿De qué me sirve un “te quiero”, si luego me tuerces el gesto? ¿De qué valen las palabras, si luego no actúas en consecuencia? ¿De qué me sirve quererte, si cada vez que me acerco al precipicio te giras riendo para verme caer?

No lo acepto. No quiero aceptar que un te quiero vale tan poca cosa. Me niego a tolerar que vayas por ahí, abriéndote falsamente en canal para luego hacer añicos todo. No voy a aceptar que mi cuento de hadas modernas sea protagonizado por eso. No voy a acceder a ver como aceptables malas caras, enfados infundados y desplantes tras un te quiero. 

Un te quiero vale más, joder, mucho más. Deja de prostituir las palabras. Deja de vender sentimientos por placer. No corrompas las entrañas de quien te quiere con falsas ilusiones y verdades a medias.

No habrá verdad más grande que esta carta. No la habrá más grande en tan poco papel. No vuelvas, jamás, en tu vida, a prostituir las palabras. Nunca. Porque si vuelves a humillar un te quiero, todos los te quiero del mundo y los te odio y los te amo y los déjame se volverán contra ti. Porque las palabras se protegen entre ellas; y los sentimientos se respaldan. Si en algún momento se te vuelve a ocurrir tirar por tierra a un hijo de las más profundas entrañas o derrochar sentimiento baratos como si fuesen rebajas, descubrirás lo que las palabras pueden llegar a hacer. Será entonces cuando sepas cómo palabra y sentimiento se defienden. Hasta la muerte y más.»

Las manos de Pablo temblaban de rabia y temor. A cada frase lo segundo iba ganando a lo primero hasta que al final el miedo venció. Perderla sería la mayor tragedia que podía ocurrirle. No lo podía permitir. Tenía que solucionarlo como fuese. Costase lo que costase tenía que recuperarla. Sabía que podía hacerlo. Quería creer que podía hacerlo. Si no lo conseguía… moriría.

Pablo dobló de nuevo la carta y la guardó en su lugar dentro de la caja de madera antigua que contenía todas aquellas declaraciones de intenciones. Ya era tarde. Hacía casi veinte años que era tarde. Por cobarde perdió a la escritora. Ahora lo único que le quedaban eran sus cartas. Sus pedazos de recuerdos ya arrugados y estampados con alguna que otra lágrima pasajera que no había resistido el paso del tiempo. Tarde. Ya solo le quedaba resignarse y vivir la vida mediocre que se había ganado. 

A Pablo se le habían vuelto las palabras en contra hacía años y no sabía que eran tan poderosas. No lo supo hasta que sus carnes supieron de lo mortífero de esa unión. Sentimiento y palabra. No hay arma mejor

Angy Miró M.

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