Se giró al escuchar el grito.
Un alarido desgarrador nacido de las
entrañas de algún ser que se encontraba en un momento de profunda
desesperación. Dolor. Eso es lo que oyó. Una expresión de la angustia más
grande por la que cualquiera podría llegar a pasar.
El desolador sonido de la agonía le hizo
rememorar viejos recuerdo que nunca deberían haber sido grabados en su
subconsciente. Pasajes de su vida que había guardado bajo llave en un cajón y
que habían saltado como un resorte al escuchar aquel estallido de congoja.
En su cabeza comenzó una vez más aquella
horrible película que no querría haber visto nunca. Toda la sangre, el dolor y
el sufrimiento… El día que cambió su existencia para siempre. El momento en el
que quedó desprotegido, a merced de la vida.
«Hemos salido a dar un paseo. Hoy mamá
está muy guapa. Se ha puesto el vestido ese que le regalado papá por su cumple.
Es azul y tiene florecitas de muchos colorines. Me gusta mucho porque con él
puesto mamá parece la princesa de la primavera y a mí me gusta la primavera. Me
gusta la primavera porque salen las flores y podemos ir al campo y empieza a
terminarse el cole.
Vamos por un parque muy chulo que tiene
unos columpios de esos que usa mi abuelo para estar joven. Bueno, lo de estar
joven lo dice él, porque yo le veo las mismas arrugas siempre que sonríe. Hoy
vamos a ir a dar de comer a los patos del estanque y mamá me ha prometido que
luego iremos a comer un helado. Pero me ha dicho que solo uno, porque luego me
duele la tripa.
Estamos llegando al estanque, pero no les
damos el pan a los patos porque mamá esta rara de repente. Me dice que corra,
pero yo no quiero. Me da miedo. ¿Por qué no puede correr ella también? Mamá me
obliga a que lo haga y yo me asusto mucho porque ella tiene esa cara que puso
cuando intenté meter los dedos en el enchufe para investigar qué es lo que
había. Mamá me dice que, pase lo que pase, sea un niño bueno y me aleje mucho,
pero no la hago caso. Quiero ser un niño bueno, pero tengo susto y correr cansa
mucho, así que me escondo detrás de unos arbustos. Pienso en las arañas y los
bichos malos y me entra más susto aún, pero tengo que ser un niño valiente. Desde
donde estoy puedo ver a mamá con cara de miedo. No quiero que mamá tenga cara
de miedo, jope.
Oigo como empieza a gritar. Cuando me
asomo por las ramas veo a unos señores malos que están agarrando a mamá. La
están haciendo pupa, porque ella está gritando y les está diciendo que aquí no,
que no es el momento, que puede ir a ver a su jefe. ¿El momento para qué?
¡Jolín! Además, el que tiene que ir a ver al jefe siempre es papá. Mamá siempre
está en casa jugando conmigo. Están haciendo pupa a mamá y yo no puedo hacer
nada. La abuelita siempre me dice que soy un superhéroe. ¿Qué es lo que haría
un superhéroe?
No se me ocurre nada y no me da tiempo a
apretar los ojos para pensar porque he oído un “¡pum!” muy grande que me da
mucho miedo. Mamá se cae y los señores malos se van corriendo. Yo salgo de los
arbustos y grito a mamá para que se levante y nos vayamos antes de que vuelvan,
pero mamá no responde. La sale una cosa roja del pecho. Es un líquido rojo muy
oscuro que se parece a lo que me sale en las rodillas cuando me caigo jugando.
Mamá no se mueve. Está muy quieta y yo me asusto. Tiene los ojos abiertos, pero
no me está mirando. ¿A qué estará mirando? Me da mucho miedo. ¿Eso es estar
muerto? Yo no quiero que mi mamá esté muerta. Si mamá se muere, ¿quién me va a
cantar una canción por la noche y me va a dar un beso por la mañana?
Está empezando a llegar gente. Todos están
gritando y me intentan alejar de mi mamá, pero yo les pego. Pegar está mal,
pero no quiero que me alejen de mi mamá, así que grito mucho hasta que me duele
la garganta…»
Con los ojos inundados de recuerdos, se
dio la vuelta al escuchar un disparo, en busca del ser que había recibido aquel
estruendoso ataque. «Tengo que ayudarlo. Tengo que ayudarlo como me ayudaron a
mí.» Apartó la vista del estanque de los patos y entonces lo vio. En el espesor
del bosque, a unos metros de donde se encontraba, había un ciervo en el suelo. También
vio a unos cuantos hombres huir bosque adentro. Aún suena otro “pum”. Por lo
que parecía, el ciervo estaba herido. A su lado se encontraba un cervatillo que
parecía tener apenas unas semanas, gritando de dolor. Quizá era su primer paseo
junto a si madre. Y el último.
El último. Dolor. Gritando. Sangre. ¿Mamá?
Angy Miró M.
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